Texto: S.C. Fotos: gentileza Mariano Carloni
Punto final del relato de un viaje único. La historia en primera persona de una aventura al otro lado del mundo donde la colaboración, la fraternidad y la camaradería fueron pilares para la hazaña.
Con los títulos de “La llamada” y “Objetivo cumplido” resumimos en dos entregas el relato de Mariano Carloni, un apasionado de las motos que concretó una travesía increíble. Su amistad con Declan McEvoy, un viajero irlandés, lo involucró en el denominado ‘Proyecto Baikal’, una aventura que cruzó un lago congelado en plena Siberia. El viaje se concretó en siete días, sobre todo tipo de superficies y con temperaturas promedio que oscilaron entre 20 y 30 grados bajo cero. Del proyecto formaron parte seis motociclistas de diferentes naciones: un lituano, un alemán, un inglés, dos irlandeses y un argentino (todos sobre sendas KTM EXC-F, de 450 y 500 cc), además de otro irlandés conductor de la camioneta UAZ que hizo las veces de vehículo de apoyo.
Más allá de que “el viaje no se pareció en nada de lo que cualquiera hubiera imaginado previamente”, dice Mariano, “tras su concreción quedaron cientos de anécdotas que se fueron sumando día a día. ¿Cómo dormir sin congelarse?, ¿qué es el ritual del ‘bania’?, ¿se puede tomar vodka con las comidas?, son algunos de los recuerdos que, de inmediato, saltan a la mente.
Una gran aventura
“Para los integrantes del ‘Proyecto Baikal’ su concreción significó alcanzar un doble objetivo: llegar a la meta e ingresar en los registros históricos. A nuestro regreso, se oficializó desde la sede de los Récords Guinness que ‘el viaje consistió en la mayor distancia off road recorrida en moto sobre hielo’ (y así rezará en el famoso Libro)”.
“Pero antes, para alcanzar tal registro, hubo que ‘sudar la gota gorda’, a pesar de los grados bajo cero. Y, por ejemplo, dormir con tanto frío no es fácil. Siempre me gustó la vida al aire libre y por supuesto, acampar. Aprendí que, al acostarse desnudo en la bolsa de dormir, el calor corporal hace que su interior tome temperatura y funcione correctamente. Eso mismo hice en Baikal, con la diferencia que el efecto ‘corporal’ no sirve cuando se está a 35 grados bajo cero. Me acosté en calzoncillos y la temperatura no subía. ‘Ya se va a pasar el frío’, pensé; pero me desperté a la madrugada y seguía congelado, acurrucado contra el borde helado de la carpa y con una almohada tan fría como yo. Al ver a mi compañero Karolis que también estaba despierto (y que contaba como experiencia un viaje en moto a Oymyakon, una de las ciudades más frías del mundo), le pedí un consejo. ‘¿Cómo haces para dormir sin cagarte de frío?’. Me contestó con otra pregunta: ‘¿Cómo se te ocurre dormir desnudo?’. Ahí, después del sermón (porque todos nos preocupábamos por la salud del otro), me explicó que acá había que acostarse semi vestido, y recomendó que me pusiera medias, calzas, remera térmica y, encima de todo, una campera de plumas. A partir de entonces, descubrí cómo era dormir sin congelarme”.
“Otras de las experiencias de ‘debutante’ para esas altas latitudes fue descubrir el ‘bania’. Personalmente, jamás había entrado a un sauna y cuando vi que el ‘bania’ era algo similar, pensé que sería buena idea y acepté. Tal como lo imaginaba, estar dentro de un cubículo de madera sin hacer nada (quienes me conocen saben que no soy de quedarme quieto), rodeado de un vapor que apenas te permite respirar, no era lo mío. Sin embargo, lo peor llegó después. Cuando ya estaba dispuesto a irme, me explicaron que debía salir y meterme en el lago congelado o, en su defecto, acostarme en la nieve. En un primer momento pensé que me cargaban, pero no, eso era lo debía hacer. Después de estar cinco minutos acostados en la nieve, volvimos a entrar. Creyendo que todo había terminado, comienzo a ducharme y me dicen que ese ‘circuito’ (de entrar y salir) había que repetirlo al menos tres veces, ya que es una tradición rusa que no solo beneficia al estado de cuerpo y alma, sino porque también es utilizada para homenajear a los huéspedes y demostrar hospitalidad. Ese fue mi límite. Fue muy buena la experiencia, muy interesante la tradición, pero no estaba dispuesto a pasar otra hora y media entrando y saliendo del bania”.
“En las reuniones previas, mientras organizábamos el viaje, todos aconsejaban llevar más vodka que herramientas y, por la fama que tienen rusos, ingleses e irlandeses, no me pareció raro (aunque creí que estaban exagerando). Cuando llegamos a Moscú y vi que la mayor parte del día íbamos a estar manejando, era obvio que, todo ese alcohol, resultaba demasiado. Sin embargo, la primera noche en Siberia me hizo pensar distinto; no solo supe que tanto alcohol no era mucho, sino descubrí que íbamos a estar en Rusia en pleno invierno. ¿Por qué? Durante el primer almuerzo, en el hospedaje de Dimitri, en Siberia, nos sirvieron una sopa de entrada y algo similar a un dumpling como plato de principal. Al ver que no traían bebidas, le solicité a uno de mis compañeros que hablaba ruso que por favor me pida una botella de agua. Al toque comenzó a reírse y me dijo ‘agua pedí vos, quédate tranquilo que ahora traen algo’. No entendí su explicación, pero igual me quede tranquilo y esperé. A los minutos entra la señora del hospedaje con una botella de vodka casero y una bandeja con vasos ‘chupito’. Ahí entendí porqué me había dicho aquello de ‘el agua pedila vos’. Yo no tomo alcohol, por lo que realmente tuve que pedir un vaso de agua, el cual nunca llegó. Lo que si llegó después de la comida, fue el té, y con eso me tuve que conformar”.
Sin dudas, un viaje de esta magnitud daría para escribir un libro o varios. Por suerte, antes de iniciar el ‘Proyecto Baikal’ se puso como meta reunir todo el material de la experiencia para luego compartirla en un documental. La pandemia que se desató en 2020 puso un gran freno a muchas actividades y planes, y la realización del documental no se vio exceptuada. Con algunos atrasos, el proyecto del documental sigue en pie y tanto Mariano como sus compañeros de viaje esperan poder finalizarlo antes que termine la primera mitad de 2021. Ni bien tengamos novedades, se las estaremos comunicando.
Olvido imperdonable: así quedó el casco de Mariano después de toda una noche a la intemperie con temperaturas bajo cero. Requirió de varias horas de luz solar para descongelarse.